Los rayos del sol todavía se asomaban por la ventana del cielo, la luna sin pena ya se mostraba en el horizonte, el resultado: una tarde de jueves alegre, fría pero sonriente y coqueta.
El día agonizaba, pero la tarde valía la pena. Incitaba a tender una red y atraparla por unos instantes.
Apenas salía de casa y el cielo me atrajo cuan imán, pero una silueta de una niña interrumpió el majestuoso escenario.
Mientras corría, brincaba y sonreía.
Impulsada por la alegría, la niña se postró debajo del edificio y gritó:
-José!!!, José!!!
Entusiasmada, Susanita, tomó su mano y la convirtió en trompeta.
-José!!! Volvió a gritar con más fuerza
En la ventana José, un niño de no más de seis años de edad, asomó su cabeza y de inmediato dirigió su mirada a la niña.
-Hola, contestó
-Vamos a jugar, vamos a jugar… le dijo con un grito ya no tan fuerte
-Si, bueno espera le digo a mi mamá, contestó
Tras tomar una pausa y dirigirse a su madre, volteó de manera brusca hacia los ojos de su amiga y le dijo:
-Siiiii, ya voy
-Pues bájate, anda, refirió doblemente contenta.
De los juegos ya no supe más, pero de inmediato volvieron a mi mente aquellas tardes de mi niñez, cuando la propuesta salía de la calle de mi casa: Vamos a jugar!!!
Sin duda eran juegos que se conjuntaban con la belleza de la tarde: el repaso, las canicas, el trompo, el balero, los quemados, las ollitas y hasta la cascarita en la calle de tierra.
Estos pasatiempos infantiles exigían movilidad, habilidad y esfuerzo, pero también convivencia que fortalecía la amistad.
La tarde se esfumaba y el grito de tus padres: Ya es hora!!! te hacía regresar a casa cansado y agotado. La orden no se podía pasar por alto, pues era una regla inviolable.
Hoy esos juegos han quedado en el olvido y muy pocos son los niños que todavía los practican, como Susanita y José.
La atención de los niños de hoy es succionada por el teléfono celular que ofrecen juegos virtuales, huecos y que paralizan su energía.
Los niños de hoy se encuentran extraviados y alejados en un mundo ajeno, incluso los ingredientes de una hermosa tarde pasan desapercibidos.