Difícilmente hoy día hay un puente entre los reporteros y los comunicadores institucionales. Ese puesto clave en la promoción gubernamental se ha convertido en un nivel tan privado e inalcanzable que propicia un alejamiento con el periodista de calle.
La sobreproducción de boletines de las áreas de comunicación social, forma parte del devalúo de la profesión del reportero actual.
Ahora los comunicadores se vuelven funcionarios al igual que sus jefes, a quienes vuelven inalcanzable para la grabadora. Su agenda en su mayoría se vuelve privada, aunque no vía redes sociales que se ha convertido en un su principal vitrina.
Mi amigo José Prisco, era todavía uno de esos comunicadores -que parece ya no hay- cercano a los medios. Lo conocí a través de mi compañero Alfredo Domínguez, cuando era comunicador de la extinta Secretaría de Comunicaciones.
Desde su saludo daba confianza a quienes comenzábamos con esta labor de informar. Nunca le pedí alguna información en aquel entonces, pero seguramente hubiera atendido mi solicitud.
Después de muchos años, lo volví a encontrar afuera del ayuntamiento de Toluca en una de tantas caminatas por la zona centro. Su boina y un periódico entre sus manos, era característico de Prisco o Frisco como le decía de broma un amigo en común.
Me saludó y en plena banqueta, tuvimos una charla sobre la situación del gremio. Las reflexiones que hacia pintaban muy complicado el panorama para el periodista, me decía e incluso me confesó que había combinado la pluma con el volante, pues laboraba también como taxista de aplicación.
La pandemia volvió a alejarnos, pero hace apenas un año me llenó de alegría saber que había vuelto a una oficina de Comunicación Social, ya que estaba al frente de la Secretaría del Campo.
El reencuentro fue por el motivo de siempre: información. Su atención y eficiencia me recordó que todavía existían comunicadores cercanos al reportero.
Mi solicitud informativa fue atendida personalmente por él, me llamaba vía telefónica y me decía está en proceso tu petición y algo que ahora no pasa, mi solicitud era cumplida ese mismo día.
Todavía le regresé sus atenciones informativas con la publicación de un reencuentro de compañeros de generación y me llenó de halagos.
En la última llamada que me hizo, me agradeció el gesto y me prometió una botella de mezcal que seguro estoy la va a guardar y en otro reencuentro -aunque no en este mundo-, me la va a obsequiar, así como su amistad.
Un saludo amigo y feliz viaje.
